lunes, 8 de agosto de 2016

Dos, tres, cuatro, siete, veinte. Nada es nuevo.

No me creo especial porque nada es nuevo
Todo duele.
Todo es recurrente. No soy el primero.
No me creo especial.
Yo se que ya transitaste por este camino
Todo duele.
Nunca me faltes.


Todo es rosado, pero todo antes fue rosado.
Y el cine se ve tan bien.

Los cuadros se les ven bien a todos,
no somos nada más que una fuerza, una reacción de la vida.
no somos nada, una mentira
ay algo de ti
hay algo de ti
ahi algo de ti
la vida es así.

Todo duele
No quiero comer más
Quiero crecer más
Mi color de ojos cambiar
mi físico ejercitar
bla bla bla bla
-¿Quizas ser europeo?-

dios
Dios
¡DIOS!
¿Dios?

No debería pensar en cambiar.

Yo quería dormir sobre el panda.


miércoles, 6 de julio de 2016

El puente de los candados; La noche de los sellos.

 Mi contradictoria ansiedad por relajarme me guía a un sin rumbo, subo por una escalera que permite comunicar espacios a diferentes alturas.
Los árboles conjugan una atmósfera silenciosa. Me pregunto si realmente lo es, estoy seguro que es imposible en la capital, la fría baranda me estremece, el color grisáceo me hace sentir triste, sólo  la claridad al final del camino me anima a caminar.
Es notable, además, que una estética, que siempre insiste en la sensación subjetiva como fundamento de toda belleza, nunca haya analizado seriamente esa sensación. (T. Adorno, 38).
La belleza es guía, es nuestro supuesto canon, esa sensación placentera de alcanzar la luz al final del túnel, en este caso de la escalera, pues al final está el puente mirador, desde el cual puede contemplarse con facilidad un paisaje, cuyos colores y formas me transforman. Las barandillas llenas de candados sellados, basados en la vieja tradición romántica, “sellar el amor para siempre”.
Intento imaginar el ritual que se vive aquí, pero mi vista se desenfoca, observo los enormes edificios, luces, autos, ruidos, gente apresurada, contrastándose con la solemnidad que quieren dar los enamorados a ese lugar. La brisa de los árboles son cómplices, soplando en silencio una hermosa melodía mientras se realiza el  ritual de jurar amor inquebrantable.
En ese momento no lo entiendo. Pero Adorno me da un poco más de claridad; los candados y los grafitis de promesas de amor combinados en las barandillas del puente representan un fenómeno artístico de creación colectiva, una manifestación pura del arte conformada inconscientemente por cientos de parejas, que evidencia la naturaleza incomprensible de arte y lo subjetivo de ésta.
“No se admite la humillante diferencia entre el arte y la vida, que ellos quieren vivir y en la que no quieren ser molestados porque de lo contrario no soportarían el asco” (T. Adorno, 46)
Vivimos tratando de establecer parámetros a la hora de definir lo indefinible, limitar el arte cuando es imposible comprender cuales son los límites que definen su concepción. Es imposible crear una separación entre la vida misma y las manifestaciones artísticas.
El arte es la antítesis social de la sociedad y no se puede deducir de ella inmediatamente. La constitución de su ámbito se corresponde con el constituido en el interior de los hombres como el espacio de su representación: participa de antemano en la sublimación. Por ello es plausible determinar qué es el arte mediante una teoría de la vida anímica. (T.Dorno 30)
Y en el momento justo donde por la autonomía nace de la tragedia y desesperación, pero también de amor puro, de gestos pequeños, de tener esa increíble capacidad de transformarse en una nueva realidad, donde el puente es un arca de esperanza, un vínculo de códigos indescifrables para aquellos que con soberbia buscan entender algo que debe ser interpretado con algo más que el mero raciocinio. Algo como los sentidos y el corazón.

Escena

 Son las 10 pm y el sol recién muestra un pequeño atisbo de desaparecer en el atardecer, esa última hora de la tarde, la que tanto ansía la Ciudad Mágica.
Suben una escalera que permite  comunicar varios espacios situados a diferentes alturas. Sus escalones disponen de varios tramos, a simple vista fácil de acceder, pero los peldaños personales y mentales del joven a veces le dificultan el avanzar. Los árboles le dan una atmósfera silenciosa. Él se pregunta si realmente lo es, está seguro que eso es imposible en la Ciudad Mágica, la frialdad de la baranda lo estremece un poco, el color grisáceo lo hace triste, sólo  la claridad al final del camino lo anima a caminar. La luz final de la escalera, el puente mirador, desde el cual puede contemplarse con facilidad un paisaje, en un parque ubicado cerca de una estación de subte. Un puente que  no se encuentra en buen estado. Las barandillas están llenas de candados sellados basados en la vieja tradición romántica de sellar el amor para siempre.  A él le produce un poco de risa esa muestra tan ingenua de cariño, pero por otra parte le intriga pues él nunca se ha enamorado. Cote sube con una seguridad y ganas las escaleras dejando en evidencia que ya ha hecho este recorrido antes.
No están solos, pero pareciera que el resto de parejas estuvieran estáticas en el tiempo. Los jóvenes se apoyan en la barandilla del puente. Sus manos por fin se sueltan. Estuvieron tomadas durante todo el transcurso del paseo. Él siente un breve calambre en la mano derecha, son tan blancas que se suelen enrojecer con el mínimo toque y ésta no es la excepción. Ambos sienten un calorcito extraño en sus manos por el prolongado tiempo en que estuvieron en contacto la una a la otra;  él no deja de pensar en que quiere volver a tomarla, pero ella se afirma con  ambas manos de la barandilla, -como queriendo parapetarse de algo, tal vez de la situación-, a la orilla del puente mirador en el que esperan la tan ansiada puesta de sol.
El joven sabe que el aire de la Ciudad Mágica, sin duda, no es para nada sano en comparación con el de su provincia, pero en este momento siente un extraño placer con cada respiro. El aire infla su pecho, cada vez que exhala parece arrojar un suspiro desgarrador. Y es que suspirar es un hábito que el ser humano utiliza en muchas situaciones. El siempre suspira cuando está frustrado, aburrido, disgustado, pero ahora inconscientemente lo está haciendo sólo por placer.
Los colores y las formas de los candados confunden al joven. Intenta imaginar el ritual de amor que se vive en ese lugar,  pero su vista se desenfoca cuando ve los enormes edificios en la proximidad, luces, autos, ruidos, gente apresurada, contrastándose con la solemnidad que quieren dar los enamorados a ese lugar. La brisa de los árboles son cómplices, soplando en silencio una hermosa melodía mientras realizan el ritual de jurar amor inquebrantable.
Su mirada se fija en la imagen panorámica de la Ciudad Mágica, que le ofrece el mirador. Un paisaje urbano cuya característica es su gran homogeneidad en cuanto a su extensión y una arquitectura en sus edificios que resulta inconfundible. El verde que acompaña lo hace más amigable, y es que sin duda la gran urbe también  tiene su encanto.
Cote también mira al frente, ninguno dice nada. A él le sorprende la cantidad de edificios y automóviles. Se imagina compartir el momento con su querido abuelo, y piensa en cuantas veces lo invitó a vivir con él.
Recuerda las lecturas nocturnas con él: -Mi abuelo me leía en las noches, amé la lectura, por eso me regaló dinero para tener mi propia librería, y sin embargo, no logro recordar de quien era, de que trataba el relato que contenía las siguientes líneas: “un espacio inagotable, un laberinto de interminables pasos, que siempre te dejaba la sensación de estar perdido. Perdido no sólo en la ciudad, sino también dentro de sí mismo”.
Así me siento en la Ciudad Mágica. Me desespera no saber de qué es.- dijo rompiendo el silencio con una mirada fija a la panorámica de la Ciudad Mágica. Con cada palabra sentía que desgarraba una parte de él.
Él se voltea. Aún después de compartir todo el día juntos piensa que sus reacciones, actitudes y forma de ser la van a espantar, pero ella sólo sonríe y mira el horizonte.
Coté siente el peso de la mirada de él y se gira para corresponderla. Lo mira fijamente un par de  segundos, que parecen eternos. Él quiere entender que pasa por su cabeza.
Un segundo eterno en el que él observa cada detalle de su rostro expresivo, de tez morena y ojos brillantes soñadores, vivaces, alegres, esperanzadores. Entonces recuerda sus manos sinceras y afectuosas.
Su belleza no es exuberante, más bien, es esa belleza que tienen las mujeres bonitas. De esas mujeres  en que se mezcla  belleza y fantasía.
Es delgada, tan delgada es que es muy justificado que le digan “flaca” y ese mechón morado: una  nueva tendencia en pleno auge que crea un nuevo look.
Él piensa que como ella tiene el color de pelo castaño medio a oscuro, le recomendaron un mechón  morado  para que genere el efecto que dan las iluminaciones normalmente, pero que no son amarillas sino violetas.
Ella interrumpe sus pensamientos al decir con un tono implacable: “sé a cuál te refieres, prometo decírtelo… la próxima vez que nos veamos”.
“La próxima vez que nos veamos”. La frase repercute con tanta fuerza en su cabeza que no puede evitar ruborizarse. Gira rápidamente para volver a mirar la panorámica.
Reúne valor y pronuncia “Ya es hora que me vaya”  con un tono de evidente  tristeza.
-Lo sé, te acompañaría a la estación, pero la verdad no me gustan las despedidas.- Responde la chica, sin mirarlo a los ojos, con la vista al frente esperando el tan ansiado atardecer.
-Creo… que a mí tampoco. ¿De verdad crees que nos volveremos a ver?
-Eso depende de tí, a tí no te gusta este lugar.- Le dice con un tono seco.
Él se queda pensando como rebatirle, pero no hay forma, así que dice lo primero que se le viene a la cabeza: “gracias por salir conmigo, ¿de la escala del 1 al 10, que tan desagradable fue?”
-Mhm un 8.- Dice ella con claro tono de broma.
-Jajajaja woah, bueno, un 8 no es tan malo para mi.- Ríe el joven brevemente, pero en esos pocos “jaja” hay una sinceridad tan grande que Cote jamás va a entender. El está feliz.
-Es broma tonto, lo pase genial, sólo que siento que tú no.
-Eso no es cierto, créeme que hace mucho que no la pasaba tan bien.
-No es eso, es que estás pensando demasiado las cosas, tienes que vivirlas, sentirlas, debes intentar ser un poco más drástico.
-¿Más drástico?
-Sí, mira todos esos autos que pasan- dice señalando las largas filas de automóviles que se forman a esa hora en las calles de la capital y que pueden observarse desde el mirador- cada uno tiene una historia en particular, mira a quienes conducen, tienen una vida, una rutina, piensa todo lo que hay detrás de ellos, una familia, una mascota, un amor ¿Qué crees que nos motiva a actuar?
Lo único que él dice: “No puedo saberlo, depende.”
-No, no depende de nada. Es la naturaleza humana ser feliz, no somos felices cuando nos guiamos más por lo que creemos, que es lo más racional, por sobre lo que dicta nuestro corazón. No pienses tanto,  vive. Te falta enamorarte de la vida. Cuando lo logres serás feliz y cuando debas elegir que hacer, qué decisión tomar, cuando tengas que actuar en base a una motivación, verás que lo que te dicta tu corazón será muchas veces lo más drástico, pero será lo correcto.
El atardecer en la ciudad llegó, las nubes toman su color rojizo, el sol comienza a esconderse porque por hoy ya ha cumplido su trabajo, es tiempo del ocaso del día. El instante en  el que el sol da su cálido adiós, exhausto pero satisfecho, dando paso a la luna, enérgica, con energías renovadas, dispuesta a iluminar nuestras noches. Y en ese paso de testigo, el cielo les regala una feria de colores, amarillos, rojos, naranjas, grises, entonces  las nubes pierden su timidez, mostrándose ardientes y confiadas. Pero cuando termina hay silencio seco, ella parte. No dice adiós, él tampoco. Ambos saben que esto debe pasar. Tan mágico, como cuando comenzó.
Cote suelta una carcajada por la reflexión de la luz naranja en la cara de él. Su palidez una pérdida anormal del color de su  piel, probablemente  la padece desde niño pero nunca se ha preguntado por qué quizás es el resultado de una disminución del riego sanguíneo   o  una reducción de la cantidad de sus glóbulos rojos…. Lo único que sabe es que sus labios, lengua,  palmas de las manos,  interior de su boca, incluso el revestimiento de sus  ojos, no son como el común de la gente.
Es el instante en que se retorna a casa, las calles se llenan de autos que acelerados tratan de llegar a destino, como si quisieran seguir al sol. Al  fondo los edificios mudos testigos de tantas historias que reflejan el paisaje, ese paisaje urbano.

Santiago baja la escalera por la derecha para ir al subte y así tomar su tren. Cote por la izquierda para quien sabe ir donde.

lunes, 4 de julio de 2016

Confesiones y aspiraciones de músicos frustrados

lunes, 23 de mayo de 2016

Atrapado en la capital

En el sur al igual que en Argentina el acto de “matear” es una acción social. Para mí, el mate, es un hábito que he conservado desde mi emigración a Santiago y sin embargo debido mi condición de arrendatario independiente la parte de “acción social queda omitida”.
Salí a la calle con un mate con la hierba puesta y el agua hervida en un termo y lo deje en un transitado paradero de Vicuña Mackenna. Esperando la ansiada conversación típica del acto de “matear” pero la indiferencia de los transeúntes fue evidente.
Por esencia el ser humano es un ente social, pero que se ha esmerado en negar su naturaleza sensitiva.
Nos hemos esforzado por escapar de esa ruta que trazábamos en búsqueda de la sensibilidad yéndonos por un camino yo caótico, motivado por placeres superfluos.
Santiago es para mí una ciudad del desencuentro, la capital del nuevo centro del vacío existencial. Que se deja guiar por el pseudo-raciocinio eludiendo la sensibilidad y la afectividad que es característica del ser humano.
Edgar Morin sostiene “La ciencia del hombre no tiene fundamento” y en eso no discrepo, pues se sustenta en argumentos razónales cuando  la verdadera naturaleza del hombre es que un ser emocional, cuyo real potencialidad del pensamiento va más allá de lo entendible, la llamada  paradoja de lo uno y lo múltiple, se deja en evidencia en el hecho de que pensamos y sentimos.
Debemos aceptar esa doble facultad, debemos pensar y sentir y apreciar nuestras habilidades sensitivas, nuestra naturaleza estética.
Quizás cuando eso pase, podre salir a las calles de la capital y compartir un mate con desconocidos mientras esperamos la micro.

Una pizca de casa

(Santiago de Chile, 14 de abril de 2016. En la noche a las 21.30 aproximadamente, en el terraza de un departamento en Vicuña Mackenna con Santa Isabel. La lluvia se transforma en temporal)

Llegué de la Universidad y empecé inmediatamente a preparar mis cosas,  para mi viaje de más rato. Termine mucho antes de lo planeado y como es eventual, sentí la necesidad de comer algo. Herví agua para preparar mate, uno de los pocos hábitos que aún conservo de mi antigua vida en el sur.
Mientras “mateaba” comencé a notar con mayor intensidad el sonido de la lluvia, que resonaba en la pequeña terraza de mi habitación.  No pude evitar sentir una nostalgia a ese sonido que es constante y característico de mi sur.
Me asome a la terraza y contemple la lluvia. Matizaba con cierta gracia los edificios y aunque la ciudad claramente seguía siendo la capital, me sentí transportado por el aquel sonido de las gotas cayendo y chocando con todo a su alrededor, por aquel olor a humedad y ese sensación de frió que produce cierto temblor en los huesos.
Sentí el calor del mate en mi mano y me esforcé por oler su aroma sumado al de la humedad y el aire.
Fue como volver al sur por un instante.

Año II: Declaración de principios.

Vivimos en un mundo de códigos y signos que estimulan nuestra memoria, evocan emociones y sensaciones constantemente.

Es que el ser humano por esencia es un ser sensible. Que piensa, que siente, que existe.

No cabe duda que las emociones, sensaciones y sentimientos son intangibles, pero eso no implica que no estén constantemente en nuestra vida.  Como tampoco cabe duda que muchas cosas pueden estimular nuestro pensamiento, ya sea un color, un aroma, una imagen o un sonido y así infinitas opciones físicas.

Yo no puedo olvidar.Hace un año deje de sentir.

Te invitó a leer con mis ojos, ojos que no solo planean interpretar las palabras si no sentirlas, recrearlas y así transportarte a otro plano. Pues en este viaje de experiencias estéticas que pude experimentar en capital, me transporto a lugares que no esperaba. Pude revivir viejas emociones y recrear antiguas sensaciones. -pude sentir!!!-

Gracias a que rompí los esquemas pre-establecidos de la racionalidad y empecé a guiarme por la emocionalidad, a que abrí mis sentidos a lo que el mundo tenía para ofrecerme, pude dejar de sentirme como un prisionero de la capital y me sentí como un sureño en casa. 

Ah, y también es porque me gusta alguien. Pero enserio.Igual eso es otra historia.