No me creo especial porque nada es nuevo
Todo duele.
Todo es recurrente. No soy el primero.
No me creo especial.
Yo se que ya transitaste por este camino
Todo duele.
Nunca me faltes.
Todo es rosado, pero todo antes fue rosado.
Y el cine se ve tan bien.
Los cuadros se les ven bien a todos,
no somos nada más que una fuerza, una reacción de la vida.
no somos nada, una mentira
ay algo de ti
hay algo de ti
ahi algo de ti
la vida es así.
Todo duele
No quiero comer más
Quiero crecer más
Mi color de ojos cambiar
mi físico ejercitar
bla bla bla bla
-¿Quizas ser europeo?-
dios
Dios
¡DIOS!
¿Dios?
No debería pensar en cambiar.
Yo quería dormir sobre el panda.
Crónicas de un sureño en la Capital
lunes, 8 de agosto de 2016
Dos, tres, cuatro, siete, veinte. Nada es nuevo.
Estudiante de la Facultad de Periodismo y Dirección Audiovisual en al Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Me gusta el té y las chaquetas de mezclilla.
miércoles, 6 de julio de 2016
El puente de los candados; La noche de los sellos.
Mi contradictoria ansiedad por relajarme me
guía a un sin rumbo, subo por una escalera que permite comunicar espacios a
diferentes alturas.
Los árboles conjugan una atmósfera
silenciosa. Me pregunto si realmente lo es, estoy seguro que es imposible en la
capital, la fría baranda me estremece, el color grisáceo me hace sentir triste,
sólo la claridad al final del camino me
anima a caminar.
Es notable, además,
que una estética, que siempre insiste en la sensación subjetiva como fundamento
de toda belleza, nunca haya analizado seriamente esa sensación. (T. Adorno, 38).
La belleza es guía, es nuestro supuesto
canon, esa sensación placentera de alcanzar la luz al final del túnel,
en este caso de la escalera, pues al final está el puente mirador, desde el
cual puede contemplarse con facilidad un paisaje, cuyos colores y formas me transforman.
Las barandillas llenas de candados sellados, basados en la vieja tradición
romántica, “sellar el amor para siempre”.
Intento imaginar el ritual que se vive aquí, pero
mi vista se desenfoca, observo los enormes edificios, luces, autos, ruidos,
gente apresurada, contrastándose con la solemnidad que quieren dar los
enamorados a ese lugar. La brisa de los árboles son cómplices, soplando en
silencio una hermosa melodía mientras se realiza el ritual de jurar amor inquebrantable.
En ese momento no lo entiendo. Pero Adorno me
da un poco más de claridad; los candados y los grafitis de promesas de amor
combinados en las barandillas del puente representan un fenómeno artístico de
creación colectiva, una manifestación pura del arte conformada
inconscientemente por cientos de parejas, que evidencia la naturaleza
incomprensible de arte y lo subjetivo de ésta.
“No se admite la
humillante diferencia entre el arte y la vida, que ellos quieren vivir y en la
que no quieren ser molestados porque de lo contrario no soportarían el asco” (T. Adorno, 46)
Vivimos tratando de establecer parámetros a
la hora de definir lo indefinible, limitar el arte cuando es imposible
comprender cuales son los límites que definen su concepción. Es imposible crear
una separación entre la vida misma y las manifestaciones artísticas.
El arte es la
antítesis social de la sociedad y no se puede deducir de ella inmediatamente.
La constitución de su ámbito se corresponde con el constituido en
el interior de los hombres como el espacio de su representación: participa de
antemano en la sublimación. Por ello es plausible determinar qué es el arte
mediante una teoría de la vida anímica. (T.Dorno 30)
Y en el momento justo donde por la autonomía
nace de la tragedia y desesperación, pero también de amor puro, de gestos
pequeños, de tener esa increíble capacidad de transformarse en una nueva
realidad, donde el puente es un arca de esperanza, un vínculo de códigos
indescifrables para aquellos que con soberbia buscan entender algo que debe ser
interpretado con algo más que el mero raciocinio. Algo como los sentidos y el
corazón.
Estudiante de la Facultad de Periodismo y Dirección Audiovisual en al Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Me gusta el té y las chaquetas de mezclilla.
Escena
Son
las 10 pm y el sol recién muestra un pequeño atisbo de desaparecer en el
atardecer, esa última hora de la tarde, la que tanto ansía la Ciudad Mágica.
Suben
una escalera que permite comunicar
varios espacios situados a diferentes alturas. Sus escalones disponen de varios
tramos, a simple vista fácil de acceder, pero los peldaños personales y
mentales del joven a veces le dificultan el avanzar. Los árboles le dan una atmósfera
silenciosa. Él se pregunta si realmente lo es, está seguro que eso es imposible
en la Ciudad Mágica, la frialdad de la baranda lo estremece un poco, el color
grisáceo lo hace triste, sólo la
claridad al final del camino lo anima a caminar. La luz final de la escalera,
el puente mirador, desde el cual puede contemplarse con facilidad un paisaje, en
un parque ubicado cerca de una estación de subte. Un puente que no se encuentra en buen estado. Las
barandillas están llenas de candados sellados basados en la vieja tradición
romántica de sellar el amor para siempre.
A él le produce un poco de risa esa muestra tan ingenua de cariño, pero
por otra parte le intriga pues él nunca se ha enamorado. Cote sube con una
seguridad y ganas las escaleras dejando en evidencia que ya ha hecho este
recorrido antes.
No
están solos, pero pareciera que el resto de parejas estuvieran estáticas en el
tiempo. Los jóvenes se apoyan en la barandilla del puente. Sus manos por fin se
sueltan. Estuvieron tomadas durante todo el transcurso del paseo. Él siente un
breve calambre en la mano derecha, son tan blancas que se suelen enrojecer con
el mínimo toque y ésta no es la excepción. Ambos sienten un calorcito extraño
en sus manos por el prolongado tiempo en que estuvieron en contacto la una a la
otra; él no deja de pensar en que quiere
volver a tomarla, pero ella se afirma con ambas manos de la barandilla, -como queriendo
parapetarse de algo, tal vez de la situación-, a la orilla del puente mirador en
el que esperan la tan ansiada puesta de sol.
El
joven sabe que el aire de la Ciudad Mágica, sin duda, no es para nada sano en
comparación con el de su provincia, pero en este momento siente un extraño
placer con cada respiro. El aire infla su pecho, cada vez que exhala parece
arrojar un suspiro desgarrador. Y es que suspirar es un hábito que el ser
humano utiliza en muchas situaciones. El siempre suspira cuando está frustrado,
aburrido, disgustado, pero ahora inconscientemente lo está haciendo sólo por
placer.
Los
colores y las formas de los candados confunden al joven. Intenta imaginar el
ritual de amor que se vive en ese lugar,
pero su vista se desenfoca cuando ve los enormes edificios en la
proximidad, luces, autos, ruidos, gente apresurada, contrastándose con la
solemnidad que quieren dar los enamorados a ese lugar. La brisa de los árboles
son cómplices, soplando en silencio una hermosa melodía mientras realizan el
ritual de jurar amor inquebrantable.
Su
mirada se fija en la imagen panorámica de la Ciudad Mágica, que le ofrece el
mirador. Un paisaje urbano cuya característica es su gran homogeneidad en
cuanto a su extensión y una arquitectura en sus edificios que resulta inconfundible.
El verde que acompaña lo hace más amigable, y es que sin duda la gran urbe
también tiene su encanto.
Cote
también mira al frente, ninguno dice nada. A él le sorprende la cantidad de
edificios y automóviles. Se imagina compartir el momento con su querido abuelo,
y piensa en cuantas veces lo invitó a vivir con él.
Recuerda
las lecturas nocturnas con él: -Mi abuelo me leía en las noches, amé la
lectura, por eso me regaló dinero para tener mi propia librería, y sin embargo,
no logro recordar de quien era, de que trataba el relato que contenía las
siguientes líneas: “un espacio
inagotable, un laberinto de interminables pasos, que siempre te dejaba la
sensación de estar perdido. Perdido no sólo en la ciudad, sino también dentro
de sí mismo”.
Así
me siento en la Ciudad Mágica. Me desespera no saber de qué es.- dijo rompiendo
el silencio con una mirada fija a la panorámica de la Ciudad Mágica. Con cada
palabra sentía que desgarraba una parte de él.
Él
se voltea. Aún después de compartir todo el día juntos piensa que sus
reacciones, actitudes y forma de ser la van a espantar, pero ella sólo sonríe y
mira el horizonte.
Coté
siente el peso de la mirada de él y se gira para corresponderla. Lo mira fijamente
un par de segundos, que parecen eternos.
Él quiere entender que pasa por su cabeza.
Un
segundo eterno en el que él observa cada detalle de su rostro expresivo, de tez
morena y ojos brillantes soñadores, vivaces, alegres, esperanzadores. Entonces
recuerda sus manos sinceras y afectuosas.
Su
belleza no es exuberante, más bien, es esa belleza que tienen las mujeres
bonitas. De esas mujeres en que se
mezcla belleza y fantasía.
Es
delgada, tan delgada es que es muy justificado que le digan “flaca” y ese
mechón morado: una nueva tendencia en
pleno auge que crea un nuevo look.
Él
piensa que como ella tiene el color de pelo castaño medio a oscuro, le
recomendaron un mechón morado para que genere el efecto que dan las
iluminaciones normalmente, pero que no son amarillas sino violetas.
Ella
interrumpe sus pensamientos al decir con un tono implacable: “sé a cuál te refieres, prometo decírtelo…
la próxima vez que nos veamos”.
“La próxima vez que nos veamos”.
La frase repercute con tanta fuerza en su cabeza que no puede evitar
ruborizarse. Gira rápidamente para volver a mirar la panorámica.
Reúne
valor y pronuncia “Ya es hora que me vaya”
con un tono de evidente tristeza.
-Lo
sé, te acompañaría a la estación, pero la verdad no me gustan las despedidas.-
Responde la chica, sin mirarlo a los ojos, con la vista al frente esperando el tan
ansiado atardecer.
-Creo…
que a mí tampoco. ¿De verdad crees que nos volveremos a ver?
-Eso
depende de tí, a tí no te gusta este lugar.- Le dice con un tono seco.
Él
se queda pensando como rebatirle, pero no hay forma, así que dice lo primero
que se le viene a la cabeza: “gracias por
salir conmigo, ¿de la escala del 1 al 10, que tan desagradable fue?”
-Mhm
un 8.- Dice ella con claro tono de broma.
-Jajajaja
woah, bueno, un 8 no es tan malo para mi.- Ríe el joven brevemente, pero en
esos pocos “jaja” hay una sinceridad tan grande que Cote jamás va a entender.
El está feliz.
-Es
broma tonto, lo pase genial, sólo que siento que tú no.
-Eso
no es cierto, créeme que hace mucho que no la pasaba tan bien.
-No
es eso, es que estás pensando demasiado las cosas, tienes que vivirlas,
sentirlas, debes intentar ser un poco más drástico.
-¿Más
drástico?
-Sí,
mira todos esos autos que pasan- dice señalando las largas filas de automóviles
que se forman a esa hora en las calles de la capital y que pueden observarse
desde el mirador- cada uno tiene una historia en particular, mira a quienes
conducen, tienen una vida, una rutina, piensa todo lo que hay detrás de ellos,
una familia, una mascota, un amor ¿Qué crees que nos motiva a actuar?
Lo
único que él dice: “No puedo saberlo, depende.”
-No,
no depende de nada. Es la naturaleza humana ser feliz, no somos felices cuando
nos guiamos más por lo que creemos, que es lo más racional, por sobre lo que dicta
nuestro corazón. No pienses tanto, vive.
Te falta enamorarte de la vida. Cuando lo logres serás feliz y cuando debas
elegir que hacer, qué decisión tomar, cuando tengas que actuar en base a una
motivación, verás que lo que te dicta tu corazón será muchas veces lo más
drástico, pero será lo correcto.
El
atardecer en la ciudad llegó, las nubes toman su color rojizo, el sol comienza
a esconderse porque por hoy ya ha cumplido su trabajo, es tiempo del ocaso del
día. El instante en el que el sol da su
cálido adiós, exhausto pero satisfecho, dando paso a la luna, enérgica, con
energías renovadas, dispuesta a iluminar nuestras noches. Y en ese paso de
testigo, el cielo les regala una feria de colores, amarillos,
rojos, naranjas, grises, entonces las
nubes pierden su timidez, mostrándose ardientes y confiadas. Pero cuando
termina hay silencio seco, ella parte. No dice adiós, él tampoco. Ambos saben
que esto debe pasar. Tan mágico, como cuando comenzó.
Cote
suelta una carcajada por la reflexión de la luz naranja en la cara de él. Su
palidez una pérdida anormal del color de su
piel, probablemente la padece
desde niño pero nunca se ha preguntado por qué quizás es el resultado de una
disminución del riego sanguíneo o una reducción de la cantidad de sus glóbulos
rojos…. Lo único que sabe es que sus labios, lengua, palmas de las manos, interior de su boca, incluso el revestimiento
de sus ojos, no son como el común de la
gente.
Es
el instante en que se retorna a casa, las calles se llenan de autos que acelerados
tratan de llegar a destino, como si quisieran seguir al sol. Al fondo los edificios mudos testigos de tantas
historias que reflejan el paisaje, ese paisaje urbano.
Santiago
baja la escalera por la derecha para ir al subte y así tomar su tren. Cote por
la izquierda para quien sabe ir donde.
Estudiante de la Facultad de Periodismo y Dirección Audiovisual en al Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Me gusta el té y las chaquetas de mezclilla.
lunes, 4 de julio de 2016
Confesiones y aspiraciones de músicos frustrados
Estudiante de la Facultad de Periodismo y Dirección Audiovisual en al Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Me gusta el té y las chaquetas de mezclilla.
lunes, 23 de mayo de 2016
Atrapado en la capital
En
el sur al igual que en Argentina el acto de “matear” es una acción social. Para
mí, el mate, es un hábito que he conservado desde mi emigración a Santiago y
sin embargo debido mi condición de arrendatario independiente la parte de
“acción social queda omitida”.
Salí
a la calle con un mate con la hierba puesta y el agua hervida en un termo y lo
deje en un transitado paradero de Vicuña Mackenna. Esperando la ansiada
conversación típica del acto de “matear” pero la indiferencia de los
transeúntes fue evidente.
Por
esencia el ser humano es un ente social, pero que se ha esmerado en negar su
naturaleza sensitiva.
Nos
hemos esforzado por escapar de esa ruta que trazábamos en búsqueda de la sensibilidad
yéndonos por un camino yo caótico, motivado por placeres superfluos.
Santiago
es para mí una ciudad del desencuentro, la capital del nuevo centro del vacío
existencial. Que se deja guiar por el pseudo-raciocinio eludiendo la
sensibilidad y la afectividad que es característica del ser humano.
Edgar
Morin sostiene “La ciencia del hombre no
tiene fundamento” y en eso no discrepo, pues se sustenta en argumentos
razónales cuando la verdadera naturaleza
del hombre es que un ser emocional, cuyo real potencialidad del pensamiento va
más allá de lo entendible, la llamada paradoja de lo uno y lo múltiple, se
deja en evidencia en el hecho de que pensamos y sentimos.
Debemos
aceptar esa doble facultad, debemos pensar y sentir y apreciar nuestras
habilidades sensitivas, nuestra naturaleza estética.
Quizás
cuando eso pase, podre salir a las calles de la capital y compartir un mate con
desconocidos mientras esperamos la micro.
Estudiante de la Facultad de Periodismo y Dirección Audiovisual en al Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Me gusta el té y las chaquetas de mezclilla.
Una pizca de casa
Llegué
de la Universidad y empecé inmediatamente a preparar mis cosas, para mi viaje de más rato. Termine mucho antes
de lo planeado y como es eventual, sentí la necesidad de comer algo. Herví agua
para preparar mate, uno de los pocos hábitos que aún conservo de mi antigua
vida en el sur.
Mientras
“mateaba” comencé a notar con mayor intensidad el sonido de la lluvia, que
resonaba en la pequeña terraza de mi habitación. No pude evitar sentir una nostalgia a ese
sonido que es constante y característico de mi sur.
Me
asome a la terraza y contemple la lluvia. Matizaba con cierta gracia los
edificios y aunque la ciudad claramente seguía siendo la capital, me sentí
transportado por el aquel sonido de las gotas cayendo y chocando con todo a su
alrededor, por aquel olor a humedad y ese sensación de frió que produce cierto
temblor en los huesos.
Sentí
el calor del mate en mi mano y me esforcé por oler su aroma sumado al de la
humedad y el aire.
Fue
como volver al sur por un instante.
Estudiante de la Facultad de Periodismo y Dirección Audiovisual en al Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Me gusta el té y las chaquetas de mezclilla.
Año II: Declaración de principios.
Vivimos
en un mundo de códigos y signos que estimulan nuestra memoria, evocan
emociones y sensaciones constantemente.
Es que el ser humano por esencia es un ser sensible. Que piensa, que siente, que existe.
Es que el ser humano por esencia es un ser sensible. Que piensa, que siente, que existe.
No cabe duda que las emociones, sensaciones y sentimientos son intangibles, pero eso no implica que no estén constantemente en nuestra vida. Como tampoco cabe duda que muchas cosas pueden estimular nuestro pensamiento, ya sea un color, un aroma, una imagen o un sonido y así infinitas opciones físicas.
Yo no puedo olvidar.Hace un año deje de sentir.
Te invitó a leer con mis ojos, ojos que no solo planean
interpretar las palabras si no sentirlas, recrearlas y así transportarte a otro
plano. Pues
en este viaje de experiencias estéticas que pude experimentar en capital, me transporto a lugares que no esperaba. Pude revivir viejas emociones y
recrear antiguas sensaciones. -pude sentir!!!-
Gracias
a que rompí los esquemas pre-establecidos de la racionalidad y empecé a guiarme
por la emocionalidad, a que abrí mis sentidos a lo que el mundo tenía para
ofrecerme, pude dejar de sentirme como un prisionero de la capital y me sentí
como un sureño en casa.
Ah, y también es porque me gusta alguien. Pero enserio.Igual eso es otra historia.
Ah, y también es porque me gusta alguien. Pero enserio.Igual eso es otra historia.
Estudiante de la Facultad de Periodismo y Dirección Audiovisual en al Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Me gusta el té y las chaquetas de mezclilla.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)