I
El día se ve naranja. El aire está
pesado y caliente. Santiago no hace deporte, pero su abuelo insiste en que
salga a tomar aire y jugar con el resto de los niños. Eso último es difícil,
Santiago no se lleva bien con niños de su edad, le cuesta demasiado socializar.
Sólo observa.
Algunos niños juegan a la pelota, al
momento llegan otros más grandes a quitarles el espacio del jardín. Los
pequeños corren, sólo queda uno al que comienzan a molestar y empujar.
Santiago quiere actuar,
quiere defenderlo, pero sabe que será inútil; ya
pensó en todos los escenarios
posibles, en todos los finales alternativos, en las repercusiones que tendría intervenir y ninguna
era favorable para él. Por ello se queda observando.
Su abuelo que oía desde el patio
de la casa lo que ocurría en el jardín, sale a reprender a los niños y a atender
al pequeño que llora desconsolado.
Más tarde regaña a Santiago por no
actuar.
“A veces no basta con pensar en
las posibilidades pó, el fin es superior. Mira hijo, la felicidad está en el
arriesgarse, en tener la iniciativa; no en las posibilidades, ni en la
rutina. Sé que hoy no lo entiendes, pero algún día lo vas a comprender muy
bien”.
Es evidente que Santiago no lo
entienda… Tiene 10 años.
Él despierta de su sueño.
II
Todas las noches sueña
despierto. Tiene insomnio. Se acuesta
rutinariamente a las 22 horas y se levanta a las seis am sin importar que tan poco haya
dormido.
El insomnio, hace que su cara
asemeje el rostro de un muerto; unas ojeras grandes y negras, un color pálido en su piel, que contrasta el castaño claro de su
cabello.
Se ducha con agua fría para
despertar; su cabello es corto, pero tiene un largo flequillo que al mojarse
cubre sus ojos, encorva su espalda y apoya su frente en la pared por breves
minutos, pareciera que duerme, pero el frío le hace lanzar un alarido
recordándole que está vivo.
Camina hacia
su trabajo en la pequeña librería de la que él es dueño, su abuelo la
financió cuando cumplió los 18 años.
Al salir del trabajo, camina por
el parque y observa las pequeñas casas antiguas de la provincia, todas
construidas con madera y pintadas con brocha. Con escandalosas chimeneas que
emiten una gran cantidad de humo que matiza el gris del cielo.
Por 4 años ha estado haciendo lo
mismo. No dormir. Soñar despierto. Bañarse. Trabajar. Caminar. Intentar
conciliar el sueño. No dormir. Soñar despierto. Bañarse. Trabajar. Caminar. Intentar
dormir. No dormir. Soñar despierto. Bañarse. Y un día cuando estaba en el
trabajo y todo era como siempre, recibió una llamada de teléfono.
III
En el tren, apoya su frente en la
ventana. No escucha música. No lee. No duerme. Sólo observa, sólo piensa. Hace
frío. Afuera está lloviendo, incluso puede verse el aire cada vez que suspira.
Todo se ve azul dentro de ese bus.
Una niña aburrida por lo extenso
del viaje, se levanta del asiento, que está al lado de su madre y empieza a retroceder mirando las
caras de los pasajeros. Él es el único que está sentado solo; compró dos
pasajes para asegurarse que nadie interrumpa su forzada meditación. A la niña
le llama la atención que fuera el único solo, incluso le da pena, lo ve mirando
la ventana y piensa que al igual que ella, está aburrido, así que se sienta a
su lado y le dice:
“Yo voy a vacacionar y ¿tú?”. Él
no la escucha, ni siquiera la ve sentarse. Pero al cabo de unos segundos nota
la pequeña variación del Co2 en su espacio personal –no está acostumbrado tener
a otro humano cerca-, al verla no se enoja, es muy tranquilo para eso y en el
fondo siempre le han gustado los niños. La ve y entiende enseguida que la niña
espera una respuesta de la que él no sabe ni la pregunta.
-Disculpa, no te oí, ¿Qué decías?-
Le dijo con el tono más paternalista que pudo sacar.
-¡Que si vas a vacacionar!- le
dijo la niña exasperada concentrada en la bonita chaqueta de mezclilla que usa
él, encima del ancho polerón gris que lo protege del frío.
-Algo así, voy a ver a alguien,
mmm, muy querido, y ¿tú vas sola?
-Mi mamá está durmiendo adelante y
¿la tuya?
-Ella… se fue al cielo con mi papá
hace tiempo.
La niña guarda silencio y observa algo
confusa al joven. Sus dos papás están vivos y los dos papás de sus amigos
también lo están, y sus cuatro abuelos igual entonces no entiende eso, pero si
entiende lo de irse al cielo, es lo que le dijo su mamá cuando murió su
pececito.
-“Aunque siempre me están mirando,
están junto a Dios ahora”.
-Y tu amigo ¿también te cuida?
-¿Mi amigo?, ¿Al que voy a ver? Si
mucho, aunque hace tiempo no lo veo, es que a él gusta vivir en la capital, a
mí no. No me gusta la capital, de verdad no quiero ir, pero es urgente. Hace
rato me dijo que nos vayamos a vivir juntos pero---
-Me iré, le das saludos a tu amigo
de mi parte.-Dijo la niña interrumpiendo, aburrida de la conversación, producto
del hambre que impedía que se concentrara, sólo podía pensar en las galletas
Toddy que su mamá tenía en la cartera.
-De tu parte- Le responde, antes
de que se fuera, forzando una sonrisa que deja entrever toneladas de
melancolía.
Cuando llega a la capital está lloviendo.
Fue directo al cementerio. Camina sin prisa, total sabe que ya ha sido
enterrado.
IV
No trae flores. No lleva parca,
sólo el polerón gris y la chaqueta de mezclilla. Observa la tumba por casi dos
horas.
En la noche vuelve a su provincia.
Un viaje de 12 horas para visitar una tumba, sin siquiera llevar flores. Es recién
mediodía; la impaciencia y el ansia lo invaden.
La vida en la Ciudad Mágica para
los jóvenes de provincia es como el paraíso, sobre todo en las noches donde la
bohemia se apodera del casco antiguo de la prodigiosa capital.
V
Alguna vez, cuando niño su abuelo
le leyó un relato de Paul Auster, cuyo nombre de autor, de relato ni trama
concibe recordar, pero si recuerda de memoria aquella descripción de la ciudad
donde ocurrían los hechos del relato; que encajan también con La Ciudad Mágica,
“un espacio inagotable, laberinto de interminables pasos, que siempre te dejaba
la sensación de estar perdido. Perdido no sólo en la ciudad, sino también
dentro de sí mismo”
El joven tenía muchos trámites que
hacer. Pero no tenía ánimo. Su tren salía a las 23.30.
Son las 13.07. Piensa en que tal
vez deba llamar al abogado de su abuelo para solucionar los trámites legales y
empezar los asuntos de la posesión efectiva y bla bla bla. Pero el dolor se convierte
en pereza. Se sienta en una banca a procrastinar y esperar que llegué la hora
de regresar a su tranquila provincia y a su monótona y ordenada vida.
14.13. Siente la necesidad de
vagar.
Comienza a caminar por las calles
sin pensar en nada, guiado meramente por la inercia, recuerda más del relato
que su memoria había olvidado. “Vagaba sin propósito, todos los lugares se
volvían iguales y daba igual dónde estuviese”.
Su reloj marca las 17.36. Decide
que debía comer algo.
Entra al café Quinn, que estaba
justo en la equina de la calle Arenales, contiguo a la “Agencia de Detectives
Auster” y a un pequeño local de remises.
VI
Se sienta en un pequeño salón
vació del local, con mesas hexagonales de color rojo con patas color crema. Las
sillas son de los mismos colores las paredes con un perfecto blanco. Pide
medialunas con un té chai. Pasa una señorita con el pelo no muy largo,
color castaño con un mechón rojizo, muy guapa, con unos ojos claros e
inteligentes. Era muy –muy, muy- delgada, de estatura media que caminaba con
cierta lentitud que refleja un dejo de sensualidad. Usa un abrigo negro, debajo
una polera que permitía ver su delgado cuello y sus hombros, unos pantalones
anchos color beige. Se acompaña de una cartera café en el brazo derecho,en el
izquierdo sostiene un archivador rojo y varias carpetas apegadas a su pecho.
Los espirales del archivador parecen enredarse con su mechón burdeo.
El joven mantiene la cabeza
agachada, concentrado en su té chai y sus tribulaciones. No se percata de la
presencia de la jovencita que camina por el frente de su mesa. Ella tampoco lo
ve, pero le llama la atención los pantalones rojos del único usuario de aquel largo
pasillo.
La joven pierde el equilibrio,
mientras las hojas de las carpetas vuelan por los aires. El joven siente el
ruido y la ve recogiendo sus papeles, sin percatarse de su armónico rostro.
Se acerca para ayudar sin mirarla,
se agacha a recoger las hojas, ella levanta la cabeza y le dice: “no te
preocupes”, sus miradas chocan. Los ojos de la chica son casi fieros por su fijeza.
Ambos sonríen nerviosos por aquella incómoda situación.
“Me dicen Cote y ¿a ti?”-pronuncia
implacablemente.
VII
Ella pide un café. Se sientan
juntos en la mesa del joven. Ella no le cuenta nada de su vida, sólo pregunta.
Él responde sufriendo con cada palabra por temor a decir algo que pueda incomodar,
aburrir o incomodar a Cote y ella
terminé marchándose.
“¿Tú tomas?”- Pregunta Cote.
Y él cuenta una historia larga que
aburre a la chica, está tan absorto ante tal anécdota que comienza con un “ya
no lo hago más”; hace mucho que habla con nadie. Pero se da cuenta
que la mirada
fija de la
joven ya no le corresponde;
y rápidamente en un impulso de ansiedad decide preguntarle a que se dedica.
Cote le cuenta su vida, tiene 19
años y desea ser una artista visual, ama lo gatos, el earl grey, el funk y el
jazz. Amó los ojos melancólicos del joven y sintió asimismo en ellos un vacío
tan grande que quiso comprenderlo.
A medida que la conversación fluye,
ambos notaban las diferencias evidentes entre si. Él: metódico, organizado,
riguroso, de vida monótona y estructurada. Cote, liberal, desorganizada, que
vivía de momentos y aprovechaba el día tanto como podía, con tantos excesos como
la confianza de dos extraños le permitía comentar. Es que La Ciudad Mágica
tiene mucho para ofrecer a aquellos espíritus inquietos como ella.
Cuando llegan al punto en que el
joven revela que era un turista accidental y que su tren a provincia parte en
la noche, Cote decide que no puede dejarlo ir sin llevarlo a conocer La Ciudad
Mágica desde su perspectiva. Entonces decide guiarlo en una suerte de tour.
El joven no puede negarse. Ella lo
toma de la mano y no lo suelta en todo el trayecto.
VIII
Recorren las calles centrales de
la capital. Comen helado sentados en un parque cercano al río. Hablan de
música, de cine, de literatura. Ríen.
Dos extraños, que por una suerte del destino y
el azar, se encuentran compartiendo un viaje por el
alma de la capital, mientras sus manos siguen firmemente apretadas.
Ninguno sabe que los motivaba a seguir
acompañando al otro, pero aunque este tipo de imprudencia era común en Cote,
ella se siente hipnotizada por aquellos ojos tristes.
Él por su parte no deja de pensar
en ella, sus manos, su piel, su mirada, su seguro estilo drástico para vivir,
era hipnótico.
Dicen que los opuestos se atraen.
Él la quiere desde que vio, su mirada,
su rostro delicado y gestos hermosos. La verdad es que Cote no. Esta no es la
historia de dos enamorados. Pero hay algo cierto, durante ese viaje no fueron
dos personas, si no que fueron una fuerza unida, guiada por la alegría de
vivir.
IX
Son
las 10 pm y el sol recién muestra un pequeño atisbo de desaparecer en el
atardecer, esa última hora de la tarde, la que tanto ansía la Ciudad Mágica.
Suben
una escalera que permite comunicar
varios espacios situados a diferentes alturas. Sus escalones disponen de varios
tramos, a simple vista fácil de acceder, pero los peldaños personales y
mentales del joven a veces le dificultan el avanzar. Los árboles le dan una
atmósfera silenciosa. Él se pregunta si realmente lo es, está seguro que eso es
imposible en la Ciudad Mágica, la frialdad de la baranda lo estremece un poco,
el color grisáceo lo hace triste, sólo
la claridad al final del camino lo anima a seguir. La luz final de la
escalera, el puente mirador, desde el cual puede contemplarse con facilidad un
paisaje espectacular que grafica la magnificencia de la Ciudad Mágica; ubicado
en un parque cerca de una estación de subte. Un puente que no se encuentra en buen estado. Las
barandillas están llenas de candados sellados basados en la vieja tradición
romántica de sellar el amor para siempre.
A él le produce un poco de risa esa muestra tan ingenua de cariño, pero
por otra parte le intriga, pues él nunca
se ha enamorado. Cote sube con una seguridad y ganas las escaleras dejando en evidencia
que ya ha hecho este recorrido antes.
No
están solos, pero pareciera que el resto de parejas estuvieran estáticas en el
tiempo. Los jóvenes se apoyan en la barandilla del puente. Sus manos por fin se
sueltan. Estuvieron tomadas durante todo el transcurso del paseo. Él siente un
breve calambre en la mano derecha, son tan blancas que se suelen enrojecer con
el mínimo toque y ésta no es la excepción. Ambos sienten un calorcito extraño
en sus manos por el prolongado tiempo en que estuvieron en contacto la una a la
otra; él no deja de pensar en que quiere
volver a tomarla, pero ella se afirma con
ambas manos de la barandilla, -como queriendo parapetarse de algo, tal
vez de la situación-, a la orilla del puente mirador en el que esperan la tan
ansiada puesta de sol.
El
joven sabe que el aire de la Ciudad Mágica, sin duda, no es para nada sano en
comparación con el de su provincia, pero en este momento siente un extraño
placer con cada respiro. El aire infla su pecho, cada vez que exhala parece
arrojar un suspiro desgarrador. Y es que suspirar es un hábito que el ser
humano utiliza en muchas situaciones. El siempre suspira cuando está frustrado,
aburrido, disgustado, pero ahora inconscientemente lo está haciendo sólo por
placer.
Los
colores y las formas de los candados confunden al joven. Intenta imaginar el
ritual de amor que se vive en ese lugar,
pero su vista se desenfoca cuando ve los enormes edificios en la
proximidad, luces, autos, ruidos, gente apresurada, contrastándose con la
solemnidad que quieren dar los enamorados a ese lugar. La brisa de los árboles
son cómplices, soplando en silencio una hermosa melodía mientras realizan el
ritual de jurar amor inquebrantable.
Su
mirada se fija en la imagen panorámica de la Ciudad Mágica, que le ofrece el mirador.
Un paisaje urbano cuya característica es su gran homogeneidad en cuanto a su
extensión y una arquitectura en sus edificios que resulta inconfundible. El
verde que acompaña lo hace más amigable, y es que sin duda la gran urbe también tiene su encanto.
Cote
también mira al frente, ninguno dice nada. A él le sorprende la cantidad de
edificios y automóviles. Se imagina compartir el momento con su querido abuelo,
y piensa en cuantas veces lo invitó a vivir con él.
Recuerda
las lecturas nocturnas con él: -Mi abuelo me leía en las noches, amé la
lectura, por eso me regaló dinero para tener mi propia librería, y sin embargo,
no logro recordar de quien era, de que trataba el relato que contenía las
siguientes líneas: “un espacio
inagotable, un laberinto de interminables pasos, que siempre te dejaba la
sensación de estar perdido. Perdido no sólo en la ciudad, sino también dentro
de sí mismo”.
Así
me siento en la Ciudad Mágica. Me desespera no saber de qué es.- dijo rompiendo
el silencio con una mirada fija a la panorámica de la Ciudad Mágica. Con cada
palabra sentía que desgarraba una parte de él.
Él
se voltea. Aún después de compartir todo el día juntos piensa que sus
reacciones, actitudes y forma de ser la van a espantar, pero ella sólo sonríe y
mira el horizonte.
Cote
siente el peso de la mirada de él y se gira para corresponderla. Lo mira
fijamente un par de segundos, que
parecen eternos. Él quiere entender que pasa por su cabeza.
Un
segundo eterno en el que él observa cada detalle de su rostro expresivo, de tez
morena, ojos brillantes soñadores, vivaces, alegres, esperanzadores. Entonces
recuerda sus manos sinceras y afectuosas.
Su
belleza no es exuberante, más bien, es esa belleza que tienen las mujeres
bonitas. De esas mujeres en que se
mezcla belleza y fantasía.
Es
delgada, tan delgada es que es muy justificado que le digan “flaca” y ese
mechón rojizo: una nueva tendencia en
pleno auge que crea un nuevo look.
Él
piensa que como ella tiene el color de pelo castaño medio a oscuro, le
recomendaron un mechón rojizo para que genere el efecto que dan las
iluminaciones normalmente, pero que no son rojas sino burdeo.
Ella
interrumpe sus pensamientos al decir con un tono implacable: “sé a cuál te refieres, prometo decírtelo…
la próxima vez que nos veamos”.
“La próxima vez que nos
veamos”. La frase repercute con tanta
fuerza en su cabeza que no puede evitar ruborizarse. Gira rápidamente para
volver a mirar la panorámica.
Reúne
valor y pronuncia “Ya es hora que me
vaya” con un tono de evidente tristeza.
-Lo
sé, te acompañaría a la estación, pero la verdad no me gustan las despedidas.-
Responde la chica, sin mirarlo a los ojos, con la vista al frente esperando el
tan ansiado atardecer.
-Creo…
que a mí tampoco. ¿De verdad crees que nos volveremos a ver?
-Eso
depende de tí, a tí no te gusta este lugar.- Le dice con un tono seco.
Él
se queda pensando como rebatirle, pero no hay forma, así que dice lo primero
que se le viene a la cabeza: “gracias por
salir conmigo, ¿de la escala del 1 al 10, que tan desagradable fue?”
-Mhm
un 8.- Dice ella con claro tono de broma.
-Jajajaja
woah, bueno, un 8 no es tan malo para mi.- Ríe el joven brevemente, pero en
esos pocos “jaja” hay una sinceridad tan grande que Cote jamás va a entender.
El está feliz.
-Es
broma tonto, lo pase genial, sólo que siento que tú no.
-Eso
no es cierto, créeme que hace mucho no la pasaba tan
bien.
-No
es eso, es que estás pensando demasiado las cosas, tienes que vivirlas,
sentirlas, debes intentar ser un poco más drástico.
-¿Más
drástico?
-Sí,
mira todos esos autos que pasan- dice señalando las largas filas de automóviles
que se forman a esa hora en las calles de la capital y que pueden observarse
desde el mirador- cada uno tiene una historia en particular, mira a quienes
conducen, tienen una vida, una rutina, piensa todo lo que hay detrás de ellos,
una familia, una mascota, un amor ¿Qué crees que nos motiva a actuar?
Lo
único que él dice: “No puedo saberlo, depende.”
-No,
no depende de nada. Es la naturaleza humana ser feliz, no somos felices cuando
nos guiamos más por lo que creemos, que es lo más racional, por sobre lo que
dicta nuestro corazón. No pienses tanto,
vive. Te falta enamorarte de la vida. Cuando lo logres serás feliz y
cuando debas elegir que hacer, qué decisión tomar, cuando tengas que actuar en
base a una motivación, verás que lo que te dicta tu corazón será muchas veces
lo más drástico, pero será lo correcto.
El
atardecer en la ciudad llega, las nubes toman su color rojizo, el sol comienza
a esconderse, porque por hoy ya ha cumplido su trabajo, es tiempo del ocaso del
día. El instante en el que el sol da su
cálido adiós, exhausto pero satisfecho, dando paso a la luna, enérgica, con
energías renovadas, dispuesta a iluminar nuestras noches. Y en ese paso de
testigo, el cielo les regala una feria de colores, amarillos, rojos, naranjas,
grises, entonces las nubes pierden su
timidez, mostrándose ardientes y confiadas. Pero cuando termina hay silencio
seco, ella parte. No dice adiós, él tampoco. Ambos saben que esto debe pasar.
Tan mágico, como cuando comenzó.
Cote
suelta una carcajada por la reflexión de la luz naranja en la cara de él. Su
palidez una pérdida anormal del color de su
piel, probablemente la padece
desde niño pero nunca se ha preguntado por qué quizás es el resultado de una
disminución del riego sanguíneo o una reducción de la cantidad de sus glóbulos
rojos…. Lo único que sabe es que sus labios, lengua, palmas de las manos, interior de su boca, incluso el revestimiento
de sus ojos, no son como el común de la
gente.
Es
el instante en que se retorna a casa, las calles se llenan de autos que
acelerados tratan de llegar a destino, como si quisieran seguir al sol. Al fondo los edificios mudos testigos de tantas
historias que reflejan el paisaje, ese paisaje urbano.
Santiago
baja la escalera por la derecha para ir al subte y así tomar su tren. Cote por
la izquierda para quien sabe ir donde.
XI
Vuelve a la rutina, nada parece
haber cambiado en Santiago. Han pasado seis días y ese sexto día durante la
ducha, llora, apoya sus brazos y los azota contra la pared. Cierra la librería.
La pena lo invada. En la cama era un mar de lágrimas y sin embargo esa noche en
que el llanto cortó su rutina, logró dormir.
XII
Al día siguiente arma su mochila
de viaje y una maleta. Compra un pasaje a la capital. No entiende lo hace hasta
que se sube al tren. Fue una decisión tan drástica.
Epílogo.
Camina por la plaza central
esperando encontrarla en el centro, la calle mayor. Aunque sabe que eso no
pasara, la idea lo consuela.
Se baja del tren, llueve
torrencialmente, no toma taxi. Camina con su mochila de viajero dirigiéndose al
centro de la ciudad.
Se sienta en la pileta de la plaza
a esperarla. Es feliz.
Se
acuerda de la última estrofa de aquel texto que aún no
puede recordar y recita bajo la lluvia: “Llovía de nuevo y veía mi aliento en el aire
delante de mí, saliendo de mi boca en pequeñas ráfagas de niebla.” Luego pensó
si realmente Cote sabía a qué libro se refería o solo era un flirteo.
El aguacero no cesa.
Su flequillo cubre sus ojos.
Es feliz.