Mi contradictoria ansiedad por relajarme me
guía a un sin rumbo, subo por una escalera que permite comunicar espacios a
diferentes alturas.
Los árboles conjugan una atmósfera
silenciosa. Me pregunto si realmente lo es, estoy seguro que es imposible en la
capital, la fría baranda me estremece, el color grisáceo me hace sentir triste,
sólo la claridad al final del camino me
anima a caminar.
Es notable, además,
que una estética, que siempre insiste en la sensación subjetiva como fundamento
de toda belleza, nunca haya analizado seriamente esa sensación. (T. Adorno, 38).
La belleza es guía, es nuestro supuesto
canon, esa sensación placentera de alcanzar la luz al final del túnel,
en este caso de la escalera, pues al final está el puente mirador, desde el
cual puede contemplarse con facilidad un paisaje, cuyos colores y formas me transforman.
Las barandillas llenas de candados sellados, basados en la vieja tradición
romántica, “sellar el amor para siempre”.
Intento imaginar el ritual que se vive aquí, pero
mi vista se desenfoca, observo los enormes edificios, luces, autos, ruidos,
gente apresurada, contrastándose con la solemnidad que quieren dar los
enamorados a ese lugar. La brisa de los árboles son cómplices, soplando en
silencio una hermosa melodía mientras se realiza el ritual de jurar amor inquebrantable.
En ese momento no lo entiendo. Pero Adorno me
da un poco más de claridad; los candados y los grafitis de promesas de amor
combinados en las barandillas del puente representan un fenómeno artístico de
creación colectiva, una manifestación pura del arte conformada
inconscientemente por cientos de parejas, que evidencia la naturaleza
incomprensible de arte y lo subjetivo de ésta.
“No se admite la
humillante diferencia entre el arte y la vida, que ellos quieren vivir y en la
que no quieren ser molestados porque de lo contrario no soportarían el asco” (T. Adorno, 46)
Vivimos tratando de establecer parámetros a
la hora de definir lo indefinible, limitar el arte cuando es imposible
comprender cuales son los límites que definen su concepción. Es imposible crear
una separación entre la vida misma y las manifestaciones artísticas.
El arte es la
antítesis social de la sociedad y no se puede deducir de ella inmediatamente.
La constitución de su ámbito se corresponde con el constituido en
el interior de los hombres como el espacio de su representación: participa de
antemano en la sublimación. Por ello es plausible determinar qué es el arte
mediante una teoría de la vida anímica. (T.Dorno 30)
Y en el momento justo donde por la autonomía
nace de la tragedia y desesperación, pero también de amor puro, de gestos
pequeños, de tener esa increíble capacidad de transformarse en una nueva
realidad, donde el puente es un arca de esperanza, un vínculo de códigos
indescifrables para aquellos que con soberbia buscan entender algo que debe ser
interpretado con algo más que el mero raciocinio. Algo como los sentidos y el
corazón.
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